jueves, 3 de septiembre de 2009

España S.A.


Albert Boadella en su blog.


Mi mujer me dice: ¿No puedes publicar algo en sentido positivo? Tiene toda la razón, y lo voy a intentar. Hace tiempo que le voy dando vueltas a la posibilidad de encontrar una solución definitiva al llamado “problema catalán” en la misma línea que “El balcón de la cultura” cuyo desarrollo ya fue planteado en este blog el viernes 14/VIII
Llevamos más de un siglo arrastrando una rémora reaccionaria y nadie ha sido capaz de ponerle punto final. El delirio regional corresponde todavía a un enquistamiento de la España negra en pleno siglo XXI La cuestión sigue siendo la misma: O se largan o se quedan con cara sonriente, pero esa monserga diaria es mortífera por su enorme pesadez y sobretodo por el desgaste que supone para la cimentación de los temas esenciales de ámbito nacional.
Modestamente me atrevo a plantear una posibilidad de arreglo en la misma modalidad que se hizo en su día comprando territorios a los turcos de Palestina con el fin de establecer algunos asentamientos judíos, sufragados entonces, por el magnate Rothschild. Se trataría de introducir un concepto mercantil parecido en el conjunto de hectáreas que forman el territorio español y de esta forma el problema podría solucionarse mediante un precio de mercado.
Para llevar a término la componenda proyectada hay que dejar de lado los romanticismos históricos y otras martingalas que impiden una visión pragmática del tema. Imaginemos por un momento que pertenecemos a una sociedad que se llama España S.A. con cuarenta millones de accionistas cuyo último contrato fue firmado en asamblea mayoritaria de socios a través de la Constitución de 1978 Habitamos todos una finca de la que poseemos idéntica participación, por lo tanto, si una comunidad de propietarios desea finalizar unilateralmente el contrato y quedarse con una parte del terreno, solo es cuestión de negociar el precio del metro cuadrado, así como la penalización por ruptura de contrato. Si la suma que percibe el resto de propietarios de la sociedad es considerada suficientemente sustanciosa, nada impide que los compradores se queden con la parte de la hacienda acordada y además pongan una valla.
Cuando cada uno de los españoles vendedores ingresen un buen puñado de euros como resultado de la operación financiera, no duden que todos saltarán de alegría y les importará un comino que Cataluña finalmente siga haciendo lo mismo que hace ahora con la lengua u otros inventos folklóricos. El hecho que se autoproclame nación o imperio feudal independiente, será incluso celebrado con grandes fastos con tal que deje de darnos la lata.
Aquí, el único problema que plantea mi solución mercantil es si los catalanes estarán de acuerdo en conseguir finalmente su independencia a cambio de tener que soltar la pasta, aunque solo se trate de 50 euros por cabeza. Veremos si el patriotismo se impone al hecho diferencial que tantos chistes ha inspirado.
En el peor de los casos, probarlo no cuesta nada y es mucho más sensato que cualquier referéndum de auto determinación que, a fin de cuentas, significa la posibilidad de romper el contrato unilateralmente y escabullirse de la sociedad con una parte del botín de todos.

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