Noticia publicada en ABC
La lengua de uso del alumnado es un condicionante de peso en los resultados escolares. Un informe de la Fundación Jaume Bofill, basado en las conclusiones del estudio europeo PISA 2006, revela que los estudiantes que hablan castellano en sus casas (un 59% del total del alumnado) obtienen peores resultados que los que hablan catalán.
Según el estudio, el alumnado castellanohablante obtiene de media unos 40 puntos menos en las materias que evalúa el informe de la OCDE (ciencias, matemáticas y comprensión lectora), y entre 30 y 50 puntos más que el alumnado que habla lenguas extranjeras. El director del estudio de la Fundación Jaume Bofill, el catedrático Ferran Ferrer, atribuyó esta situación al «nivel socieconómico y cultural de las familias». «Gran parte del alumnado castellanohablante procede de entornos socioeconómicos más desfavorecidos y con menos recursos culturales. Está claro que eso influye», indicó a ABC el pedagogo, quien descartó que la causa de estos peores resultados entre niños castellanoblantes se deba al fracaso del sistema de inmersión lingüística en las escuelas.
Cuarenta puntos de diferenciaSin embargo, los propios datos de PISA contradicen esta idea. Según el estudio de la OCDE, la puntuación de los alumnos que se expresan en español siempre es más baja que los catalanes, sea cual sea el estrato socioecómico y cultural. Así, según los datos que maneja la citada fundación, entre los niños que proceden de un entorno desfavorecico y con pocos estímulos culturales, los castellanohablantes obtienen 17 puntos menos que los catalanohablantes. Lo mismo ocurre en el estrato medio y en el alto, donde la diferencia es de 41 y 20 puntos, respectivamente.
En paralelo, el informe de la Jaume Bofill, basado en los datos del último estudio PISA, revela una importante disfunción en el sistema educativo catalán, ya que, en contra de lo que establece la Logse, muchos institutos separan al alumnado en función de sus capacidades, lo que lastra los resultados.Esta práctica, que va en contra del modelo de educación comprensiva -todo el alumnado tiene un mismo currículo y unas mismas condiciones de escolarización con independencia de sus capacidades-, conduce a que un 30% del alumnado catalán de esta etapa siga una escolarización segregada.
Las diferencias entre alumnos que hablan español y catalán se mantienen pese al entorno socioeconómico y cultural
Estigmatización en las aulas Los pedagogos advierten de que esta práctica rebaja la eficiencia del sistema educativo y puede llevar a estigmatizar a parte del alumnado. La mayoría de centros que recurren a esta práctica son los que tienen alumnado más heterogéneo y más inmigración.
No obstante, Jordi Sánchez, responsable de la Fundación Jaume Bofill, afirmó que «no pueden relacionarse peores resultados e inmigración porque hay otros muchos condicionantes que influyen». El experto recordó también que otras comunidades donde la inmigración tiene el mismo peso que en Cataluña obtienen mejores resultados. La agrupación por capacidades influye negativamente en los resultados y Cataluña es, con diferencia, la Comunidad que más realiza esta práctica. La solución a esta situación es, según apunta el informe, «aumentar los recursos y mejorar la formación del profesorado».
Otro dato preocupante es que en Cataluña hay «un exceso de repetidores», y que los centros que acumulan estos alumnos son los que obtienen peores resultados. Para encauzar la situación, la Fundación Jaume Bofill recomienda realizar un diagnóstico prematuro, aumentar las clases de refuerzo y procurar una atención más individualizada en las aulas.
viernes, 31 de octubre de 2008
miércoles, 29 de octubre de 2008
La Catalunya transparente
Un artículo de Álex Salmon, director de El Mundo en Catalunya
Lo he oído en más de una ocasión. Las argumentaciones de uno suenan en el otro como imposibles. Viene al caso sobre la comparecencia en el Parlament del diputado de Ciutadans (para unos siempre Grupo Mixto aunque esté formado en su totalidad de personas de Ciutadans) Antonio Robles, ante el conseller de Educació, Ernest Maragall. El ex profesor de instituto hasta hace muy poco intentaba explicarle al siempre político la realidad según sus ojos, que pueden no ser los mismos que los del conseller.
Ante el resumen presentado por Robles sobre las aulas de acogida, Maragall le respondía con la típica cara de asombro de los que no quieren ver más allá de sus ojos. Decía el Honorable conseller que el país que Robles explicaba no era el suyo. Trillo aquí diría «manda huevos», pero como se trata de una grosería mejor la omitimos y reflexionamos sobre la cuestión.
Para hacerlo me acojo a las mismas palabras de Antonio Robles que fueron sabias, llenas de pedagogía, cierto cinismo y templanza.El diputado de Ciutadans le vino a decir que él entendía su sorpresa, era consciente de todo el mensaje del socialista y de cómo lo argumentaba. «El problema, señor Maragall, es que usted no entiende que yo exista». O lo que es lo mismo: no es computable (la informática es sabia) un individuo como Robles. No es asumible. Se explica diciendo que, por ejemplo, un diputado que esté por dar libros en castellano en estas aulas a niños ecuatorianos, aunque de esta forma vayan a encontrar mayor acogida en el país que, al principio, les es extraño, suena muy mal.
Dicho esto, la respuesta es la de siempre: «¿Es que ustedes siempre están con la obsesión de la lengua?». Es cierto. Le deberíamos dar la razón al señor Maragall. Por eso, últimamente me pregunto cómo se lucha contra una obsesión. En este caso no me refiero a la del señor Robles, sino a la de los muchos señores Maragall que redactan unos protocolos para los profesores que trabajan en las aulas de acogida donde el catalán es más importante que la limpieza de los lavabos o que las calorías de las comidas sean sanas.
¿Cómo se actúa desde el bilingüismo para buscar razones frente a las evidentes obsesiones por la lengua? Los diputados nacionalistas y del tripartito decidieron con la llegada de Ciutadans evidenciar que la obsesión de la lengua estaba en la cabeza de éstos. La reflexión es ¿cómo debe ser llamado el padre que se ofusca con los malos resultados de las notas de su hijo e insiste para que mejore?, o ¿cómo debe ser tratado el que se obceca porque su compañero de trabajo, por ejemplo, deje de fumar?
No estoy comparando situaciones negativas de nuestra sociedad con enfermedades crónicas, aunque es evidente que la inmersión o las sanciones lingüísticas son ejemplos negativos de nuestra sociedad, pero son en estas situaciones donde se refleja de forma clara el método de luchar contra una obsesión y como éste puede ser percibido como otra obsesión más, en este caso positiva.
Ernest Maragall acusa a Antonio Robles de siempre hacer el mismo discurso. Claro. Es la respuesta a otro discurso idéntico. La diferencia es que Robles entiende el rechazo o la ignominia que le produce su persona a Maragall y el conseller ni se la ha planteado.Esa es la diferencia.
Decir que Robles no conoce la escuela es como decir que el conseller Maragall se olvidó de la poesía de su abuelo. El diputado, antes de pisar la moqueta frondosa del Parlament hace dos años, vivía entre pupitres. El conocimiento del de Ciutadans sobre la escuela debe pesar en la política catalana como una fuente de información de primera línea.
Pero, seamos concretos. A lo que el diputado se refería en su crítica a «las guías de acogida lingüística» era justamente que se acogía al inmigrante en la lengua -catalana, por supuesto-, pero no en la cultura, la sociedad, las normas cívicas, el trabajo o hasta en la relación con los vecinos. Esas mismas instrucciones de acogimiento dejan claro que «hay que velar para que el catalán sea en el centro escolar la lengua vehicular en la familia y en el alumnado». Pero la lectura en voz alta de esa guía siguió en el Parlament y dirigida al conseller con la siguiente perla: «Es conveniente mantener el catalán y, si la compresión es difícil, utilizar imágenes, gestos, hablar con frases cortas y simples.Nuestra actitud es la de ser fieles al catalán».
Imaginen si el niño en cuestión es ecuatoriano o peruano. Interpretar los gestos con lo fácil que sería hablar en castellano, que en realidad -y nunca debe perderse de vista- su utilidad es sólo una herramienta de entendimiento entre personas.
Con posturas así es difícil no obsesionarse. Me recuerda la fábula del Rey desnudo. Mientras que toda la sociedad pacte que aquel individuo está en porretas no hay problema. Las dificultades comenzarán cuando alguien de la supuesta tribu (en sentido metafórico) decida denunciar al Rey la mentira. ¿Cómo creemos que actuará el pobre loco cuando intente explicar la desnudez real ante las críticas de sus conciudadanos?
Lo hemos explicado en muchas ocasiones. Cataluña es un país excesivamente poliédrico, donde nada es como parece, aunque se acerca a la realidad. Con ello no quiero decir nada, sólo que hay que esperar que cada día sean más los que vean al Rey en pelotas.
Lo he oído en más de una ocasión. Las argumentaciones de uno suenan en el otro como imposibles. Viene al caso sobre la comparecencia en el Parlament del diputado de Ciutadans (para unos siempre Grupo Mixto aunque esté formado en su totalidad de personas de Ciutadans) Antonio Robles, ante el conseller de Educació, Ernest Maragall. El ex profesor de instituto hasta hace muy poco intentaba explicarle al siempre político la realidad según sus ojos, que pueden no ser los mismos que los del conseller.
Ante el resumen presentado por Robles sobre las aulas de acogida, Maragall le respondía con la típica cara de asombro de los que no quieren ver más allá de sus ojos. Decía el Honorable conseller que el país que Robles explicaba no era el suyo. Trillo aquí diría «manda huevos», pero como se trata de una grosería mejor la omitimos y reflexionamos sobre la cuestión.
Para hacerlo me acojo a las mismas palabras de Antonio Robles que fueron sabias, llenas de pedagogía, cierto cinismo y templanza.El diputado de Ciutadans le vino a decir que él entendía su sorpresa, era consciente de todo el mensaje del socialista y de cómo lo argumentaba. «El problema, señor Maragall, es que usted no entiende que yo exista». O lo que es lo mismo: no es computable (la informática es sabia) un individuo como Robles. No es asumible. Se explica diciendo que, por ejemplo, un diputado que esté por dar libros en castellano en estas aulas a niños ecuatorianos, aunque de esta forma vayan a encontrar mayor acogida en el país que, al principio, les es extraño, suena muy mal.
Dicho esto, la respuesta es la de siempre: «¿Es que ustedes siempre están con la obsesión de la lengua?». Es cierto. Le deberíamos dar la razón al señor Maragall. Por eso, últimamente me pregunto cómo se lucha contra una obsesión. En este caso no me refiero a la del señor Robles, sino a la de los muchos señores Maragall que redactan unos protocolos para los profesores que trabajan en las aulas de acogida donde el catalán es más importante que la limpieza de los lavabos o que las calorías de las comidas sean sanas.
¿Cómo se actúa desde el bilingüismo para buscar razones frente a las evidentes obsesiones por la lengua? Los diputados nacionalistas y del tripartito decidieron con la llegada de Ciutadans evidenciar que la obsesión de la lengua estaba en la cabeza de éstos. La reflexión es ¿cómo debe ser llamado el padre que se ofusca con los malos resultados de las notas de su hijo e insiste para que mejore?, o ¿cómo debe ser tratado el que se obceca porque su compañero de trabajo, por ejemplo, deje de fumar?
No estoy comparando situaciones negativas de nuestra sociedad con enfermedades crónicas, aunque es evidente que la inmersión o las sanciones lingüísticas son ejemplos negativos de nuestra sociedad, pero son en estas situaciones donde se refleja de forma clara el método de luchar contra una obsesión y como éste puede ser percibido como otra obsesión más, en este caso positiva.
Ernest Maragall acusa a Antonio Robles de siempre hacer el mismo discurso. Claro. Es la respuesta a otro discurso idéntico. La diferencia es que Robles entiende el rechazo o la ignominia que le produce su persona a Maragall y el conseller ni se la ha planteado.Esa es la diferencia.
Decir que Robles no conoce la escuela es como decir que el conseller Maragall se olvidó de la poesía de su abuelo. El diputado, antes de pisar la moqueta frondosa del Parlament hace dos años, vivía entre pupitres. El conocimiento del de Ciutadans sobre la escuela debe pesar en la política catalana como una fuente de información de primera línea.
Pero, seamos concretos. A lo que el diputado se refería en su crítica a «las guías de acogida lingüística» era justamente que se acogía al inmigrante en la lengua -catalana, por supuesto-, pero no en la cultura, la sociedad, las normas cívicas, el trabajo o hasta en la relación con los vecinos. Esas mismas instrucciones de acogimiento dejan claro que «hay que velar para que el catalán sea en el centro escolar la lengua vehicular en la familia y en el alumnado». Pero la lectura en voz alta de esa guía siguió en el Parlament y dirigida al conseller con la siguiente perla: «Es conveniente mantener el catalán y, si la compresión es difícil, utilizar imágenes, gestos, hablar con frases cortas y simples.Nuestra actitud es la de ser fieles al catalán».
Imaginen si el niño en cuestión es ecuatoriano o peruano. Interpretar los gestos con lo fácil que sería hablar en castellano, que en realidad -y nunca debe perderse de vista- su utilidad es sólo una herramienta de entendimiento entre personas.
Con posturas así es difícil no obsesionarse. Me recuerda la fábula del Rey desnudo. Mientras que toda la sociedad pacte que aquel individuo está en porretas no hay problema. Las dificultades comenzarán cuando alguien de la supuesta tribu (en sentido metafórico) decida denunciar al Rey la mentira. ¿Cómo creemos que actuará el pobre loco cuando intente explicar la desnudez real ante las críticas de sus conciudadanos?
Lo hemos explicado en muchas ocasiones. Cataluña es un país excesivamente poliédrico, donde nada es como parece, aunque se acerca a la realidad. Con ello no quiero decir nada, sólo que hay que esperar que cada día sean más los que vean al Rey en pelotas.
La liquidación de la toponimia española.
Un texto de Jesús Lainz
Ninguno de los problemas que estamos tratando aquí hoy ha surgido del suelo, como la hierba- Todos tienen causas muy concretas. O, para ser más exactos, son los síntomas de una patología política muy concreta: la llamada construcción nacional, que consiste en una enorme campaña de ingeniería social dirigida a dos objetivos. El primero, desconectar a gallegos, vascos y catalanes de los demás españoles. Y el segundo, desconectar a los mismos gallegos, vascos y catalanes de hoy de todas las anteriores generaciones.
Y para ello, siguiendo las enseñanzas de Orwell cuando advirtió de que “quien controla el pasado controla el futuro”, las dos herramientas fundamentales son la sustitución de la historia de verdad por una historia de ciencia ficción, junto con la conversión de la lengua en un medio de incomunicación.
Y hay un campo en el que estos dos caminos, el de la historia y el de la lengua, se cruzan de modo especial: la toponimia. Porque también con ella se lleva treinta años marcando las diferencias y los límites.
Con el rebautizo de los nombres de lugar nuestros separatistas patrios creen que se puede cambiar la esencia nacional de las personas.
Mediante la eliminación del topónimo en lengua española, la alteración del existente según reglas creadas para cada caso o la simple invención de nuevos términos nunca hasta entonces imaginados, nuestros voluntariosos separatistas, empeñados en la acción nacionalizadora sobre territorios y habitantes mediante las mágicas potencias del nombre, avanzan todos los días, sin obstáculo digno de mención ni a izquierda ni a derecha, en su delirante plan.
Ejemplos los hay a miles, y muchos son tan conocidos como la eliminación, no sólo para las regiones afectadas, sino para toda España, de palabras como Lérida, Gerona, La Coruña, Orense o Fuenterrabía, que en todas las cadenas de televisión de ámbito nacional, en las que, evidentemente, se habla la lengua de Cervantes, son siempre mencionadas como Lleida, Girona, A Coruña, Ourense y Hondarribia. Sin embargo, este criterio no se extiende a Alemania, Francia, Londres, Burdeos, Colonia o Amberes, que, para ser coherentes, debieran ser llamadas en el telediario Deutschland, France, London, Bordeaux, Köln y Antwerpen. Evidentemente, en TV3 la capital de Aragón es Saragossa.
La hipocresía de los alquimistas del topónimo no tiene límites: el artículo 10 de la Ley Básica de normalización del uso del euskera, norma de 1982, se estableció que “la nomenclatura oficial de los territorios, municipios, entidades de población, accidentes geográficos, vías urbanas y, en general, los topónimos de la Comunidad Autónoma Vasca, será establecida respetando en todo caso la originalidad euskaldún, romance o castellana con la grafía académica propia de cada lengua”, lo que ha venido siendo incumplido sistemáticamente desde hace un cuarto de siglo sin que ningún partido político haya protestado.
Para conseguir la unidad de destino en lo euskaldún se ha hecho de todo. Por ejemplo eliminar de un plumazo la citada Fuenterrabía, topónimo impuesto por el franquismo allá por el año 1203, momento en el que la fundó Alfonso VIII de Castilla con ese nombre.
También están las traducciones para imponer un nombre eusquérico a lugares que desde siempre sólo lo tuvieron romance. Por ejemplo, la comarca vizcaína de las Encartaciones, el tercio oriental de Vizcaya, lindero con las vecinas Burgos y Cantabria, donde jamás se habló vascuence y donde, evidentemente, no hay un solo topónimo en vascuence. Pues bien, ahora le ha surgido un absurdo Enkarterri que es una pura invención, así como un Valle de Carranza al que le ha crecido una k y una tx, y una cuevas de Pozalagua rebautizadas Pozalaguako kobak.
Curiosamente, en el sentido contrario no sucede. A nadie, ni en tiempos de Recaredo ni en los de Felipe II ni en los de Franco, se le ocurrió jamás adjudicar un topónimo castellano postizo. A nadie se la ha ocurrido jamás rebautizar al Goyerri como “Tierras altas”, ni a Azcoitia “Sobrelapeña”, ni a Azpeitia “Bajolapeña”, ni a Lizarza “Fresneda”, ni a Urrechu “Avellaneda”. Pero a Salinas de Añana ahora se le llama Gesaltza, a Villanueva Uribarri, a Ribera Alta Erribera Goitia y a San Román de San Millán Durruma Donemiliaga para pasmo de sus vecinos, incapaces de encontrar sus pueblos cuando han de buscarlos en la guía telefónica.
También está el cambio de ortografía, que ha llenado el País Vasco de bes por uves, de kas por ces y de tx por ches hasta el delirio.
Ahora Santurce se llama Santurtzi, es de suponer que porque los nacionalistas creen haber recuperado con ello algún antiquísimo topónimo eusquérico. Pero el problema es que Santurce es un nombre latinísimo, derivado del santo patrón del lugar, San Jorge, como el San Jurjo orensano, el Santiurde montañés o el Santurde riojano.
“Desde Santurtzi a Bilbo vengo por toda la orilla”
Por cierto, todo esto obligará a cambiar hasta las letras de las canciones que los vascos han cantado durante siglos, porque es de suponer que ahora lo correcto será “desde Santurtzi a Bilbo vengo por toda la orilla”…
Y ya que hemos llegado a la muy abertzale capital del Nervión, rebautizada por el PNV con tan tolkieniano nombre de “Bilbo”, quizá conviniese recordar que se llama Bilbao desde su misma fundación en el año 1300 por Don Diego López de Haro, mediante, por cierto —sarcasmos de la historia…— acta fundacional emitida en Valladolid otorgando a los bilbaínos el Fuero de Logroño.
Uno de los casos más interesantes es el de Pedernales, localidad vizcaína en la que reposa el cuerpo incorrupto de Sabino Arana. Pues bien, tan castellano nombre no podía ser aceptado, sobre todo para tan simbólico lugar, así que se dedujo que ya que un pedernal es una piedra (harri) con la que se hace fuego (su), el nombre vascamente puro de la localidad habría de incorporar esos dos elementos. Y de este modo Pedernales fue eliminado y quedó en Sukarrieta, lo que provocaría el asombro hasta del propio Sabino si levantara la cabeza.
Curiosamente, este afán por recuperar hasta cosas que nunca existieron no se da para el nombre más importante, el de toda la región, perdón, nación: Euskadi, disparate lingüístico de primer orden que ha sustituido a los viejos nombres con los que castellanohablantes y vascohablantes han llamado a su tierra desde hace muchos siglos: Euskalerría, Vasconia y Provincias Vascongadas.
Es muy significativo que este fenómeno no se da en otras partes, sobre todo en la imperialista y opresora Castilla, donde a nadie jamás se le ha ocurrido eliminar la Urria o la Artieta burgalesas, el Valdezcaray riojano, el Bascuñana conquense, o el Garray soriano en nombre de una identidad castellana a recuperar. Pero en la liberada Euskadi sabiniana, no sólo se persigue a las personas. También a las palabras.
Los mismos problemas de psiquiátrico se dan en Galicia, donde el peso de la responsabilidad por la eliminación de los topónimos castellanos, que han convivido con los gallegos desde siempre (Fisterra-Finisterre, Puentedeume-Pontedeume, Orense-Ourense, La Coruña-Coruña —sin la A—), recae no sobre los separatistas, sino sobre los gobiernos del PP antes y del PSOE ahora.
Pero no me extenderé en ello, pues, para continuar con la canción, termino “deprisa y corriendo porque me aprieta el corsé”.
Pero no quiero terminar sin señalar un detalle: los vascos, catalanes y gallegos tienen que darse cuenta de que mediante estas absurdas políticas no se está haciendo ningún favor ni a sus lenguas, ni a sus culturas, ni a sus identidades históricas. Todo lo contrario. En primer lugar, porque la imposición lingüística y las obsesiones palabreras sólo puede conducir, y lo estamos viendo ya, a la fobia hacia esas lenguas por parte de muchos ciudadanos. En segundo lugar, porque muy difícilmente se puede defender y potenciar lenguas, historias y personalidades colectivas falsificándolas, adulterándolas y eliminándolas sistemáticamente.
Nunca, en toda la historia, se ha perpetrado un ataque más devastador contra la lengua, la historia y la cultura de esas regiones. Los supuestos defensores de las esencias vascas, catalanas y gallegas han demostrado ser sus principales enemigos, pues lo único que han conseguido son ridículas parodias de aquello que pretenden defender.
Pero ha de tenerse en cuenta que todo esto no tiene nada que ver con la lengua, sino con la política. La persecución a la lengua no es más que un instrumento. Todo esto no surge del odio a la lengua española, sino del odio a España.
Ninguno de los problemas que estamos tratando aquí hoy ha surgido del suelo, como la hierba- Todos tienen causas muy concretas. O, para ser más exactos, son los síntomas de una patología política muy concreta: la llamada construcción nacional, que consiste en una enorme campaña de ingeniería social dirigida a dos objetivos. El primero, desconectar a gallegos, vascos y catalanes de los demás españoles. Y el segundo, desconectar a los mismos gallegos, vascos y catalanes de hoy de todas las anteriores generaciones.
Y para ello, siguiendo las enseñanzas de Orwell cuando advirtió de que “quien controla el pasado controla el futuro”, las dos herramientas fundamentales son la sustitución de la historia de verdad por una historia de ciencia ficción, junto con la conversión de la lengua en un medio de incomunicación.
Y hay un campo en el que estos dos caminos, el de la historia y el de la lengua, se cruzan de modo especial: la toponimia. Porque también con ella se lleva treinta años marcando las diferencias y los límites.
Con el rebautizo de los nombres de lugar nuestros separatistas patrios creen que se puede cambiar la esencia nacional de las personas.
Mediante la eliminación del topónimo en lengua española, la alteración del existente según reglas creadas para cada caso o la simple invención de nuevos términos nunca hasta entonces imaginados, nuestros voluntariosos separatistas, empeñados en la acción nacionalizadora sobre territorios y habitantes mediante las mágicas potencias del nombre, avanzan todos los días, sin obstáculo digno de mención ni a izquierda ni a derecha, en su delirante plan.
Ejemplos los hay a miles, y muchos son tan conocidos como la eliminación, no sólo para las regiones afectadas, sino para toda España, de palabras como Lérida, Gerona, La Coruña, Orense o Fuenterrabía, que en todas las cadenas de televisión de ámbito nacional, en las que, evidentemente, se habla la lengua de Cervantes, son siempre mencionadas como Lleida, Girona, A Coruña, Ourense y Hondarribia. Sin embargo, este criterio no se extiende a Alemania, Francia, Londres, Burdeos, Colonia o Amberes, que, para ser coherentes, debieran ser llamadas en el telediario Deutschland, France, London, Bordeaux, Köln y Antwerpen. Evidentemente, en TV3 la capital de Aragón es Saragossa.
La hipocresía de los alquimistas del topónimo no tiene límites: el artículo 10 de la Ley Básica de normalización del uso del euskera, norma de 1982, se estableció que “la nomenclatura oficial de los territorios, municipios, entidades de población, accidentes geográficos, vías urbanas y, en general, los topónimos de la Comunidad Autónoma Vasca, será establecida respetando en todo caso la originalidad euskaldún, romance o castellana con la grafía académica propia de cada lengua”, lo que ha venido siendo incumplido sistemáticamente desde hace un cuarto de siglo sin que ningún partido político haya protestado.
Para conseguir la unidad de destino en lo euskaldún se ha hecho de todo. Por ejemplo eliminar de un plumazo la citada Fuenterrabía, topónimo impuesto por el franquismo allá por el año 1203, momento en el que la fundó Alfonso VIII de Castilla con ese nombre.
También están las traducciones para imponer un nombre eusquérico a lugares que desde siempre sólo lo tuvieron romance. Por ejemplo, la comarca vizcaína de las Encartaciones, el tercio oriental de Vizcaya, lindero con las vecinas Burgos y Cantabria, donde jamás se habló vascuence y donde, evidentemente, no hay un solo topónimo en vascuence. Pues bien, ahora le ha surgido un absurdo Enkarterri que es una pura invención, así como un Valle de Carranza al que le ha crecido una k y una tx, y una cuevas de Pozalagua rebautizadas Pozalaguako kobak.
Curiosamente, en el sentido contrario no sucede. A nadie, ni en tiempos de Recaredo ni en los de Felipe II ni en los de Franco, se le ocurrió jamás adjudicar un topónimo castellano postizo. A nadie se la ha ocurrido jamás rebautizar al Goyerri como “Tierras altas”, ni a Azcoitia “Sobrelapeña”, ni a Azpeitia “Bajolapeña”, ni a Lizarza “Fresneda”, ni a Urrechu “Avellaneda”. Pero a Salinas de Añana ahora se le llama Gesaltza, a Villanueva Uribarri, a Ribera Alta Erribera Goitia y a San Román de San Millán Durruma Donemiliaga para pasmo de sus vecinos, incapaces de encontrar sus pueblos cuando han de buscarlos en la guía telefónica.
También está el cambio de ortografía, que ha llenado el País Vasco de bes por uves, de kas por ces y de tx por ches hasta el delirio.
Ahora Santurce se llama Santurtzi, es de suponer que porque los nacionalistas creen haber recuperado con ello algún antiquísimo topónimo eusquérico. Pero el problema es que Santurce es un nombre latinísimo, derivado del santo patrón del lugar, San Jorge, como el San Jurjo orensano, el Santiurde montañés o el Santurde riojano.
“Desde Santurtzi a Bilbo vengo por toda la orilla”
Por cierto, todo esto obligará a cambiar hasta las letras de las canciones que los vascos han cantado durante siglos, porque es de suponer que ahora lo correcto será “desde Santurtzi a Bilbo vengo por toda la orilla”…
Y ya que hemos llegado a la muy abertzale capital del Nervión, rebautizada por el PNV con tan tolkieniano nombre de “Bilbo”, quizá conviniese recordar que se llama Bilbao desde su misma fundación en el año 1300 por Don Diego López de Haro, mediante, por cierto —sarcasmos de la historia…— acta fundacional emitida en Valladolid otorgando a los bilbaínos el Fuero de Logroño.
Uno de los casos más interesantes es el de Pedernales, localidad vizcaína en la que reposa el cuerpo incorrupto de Sabino Arana. Pues bien, tan castellano nombre no podía ser aceptado, sobre todo para tan simbólico lugar, así que se dedujo que ya que un pedernal es una piedra (harri) con la que se hace fuego (su), el nombre vascamente puro de la localidad habría de incorporar esos dos elementos. Y de este modo Pedernales fue eliminado y quedó en Sukarrieta, lo que provocaría el asombro hasta del propio Sabino si levantara la cabeza.
Curiosamente, este afán por recuperar hasta cosas que nunca existieron no se da para el nombre más importante, el de toda la región, perdón, nación: Euskadi, disparate lingüístico de primer orden que ha sustituido a los viejos nombres con los que castellanohablantes y vascohablantes han llamado a su tierra desde hace muchos siglos: Euskalerría, Vasconia y Provincias Vascongadas.
Es muy significativo que este fenómeno no se da en otras partes, sobre todo en la imperialista y opresora Castilla, donde a nadie jamás se le ha ocurrido eliminar la Urria o la Artieta burgalesas, el Valdezcaray riojano, el Bascuñana conquense, o el Garray soriano en nombre de una identidad castellana a recuperar. Pero en la liberada Euskadi sabiniana, no sólo se persigue a las personas. También a las palabras.
Los mismos problemas de psiquiátrico se dan en Galicia, donde el peso de la responsabilidad por la eliminación de los topónimos castellanos, que han convivido con los gallegos desde siempre (Fisterra-Finisterre, Puentedeume-Pontedeume, Orense-Ourense, La Coruña-Coruña —sin la A—), recae no sobre los separatistas, sino sobre los gobiernos del PP antes y del PSOE ahora.
Pero no me extenderé en ello, pues, para continuar con la canción, termino “deprisa y corriendo porque me aprieta el corsé”.
Pero no quiero terminar sin señalar un detalle: los vascos, catalanes y gallegos tienen que darse cuenta de que mediante estas absurdas políticas no se está haciendo ningún favor ni a sus lenguas, ni a sus culturas, ni a sus identidades históricas. Todo lo contrario. En primer lugar, porque la imposición lingüística y las obsesiones palabreras sólo puede conducir, y lo estamos viendo ya, a la fobia hacia esas lenguas por parte de muchos ciudadanos. En segundo lugar, porque muy difícilmente se puede defender y potenciar lenguas, historias y personalidades colectivas falsificándolas, adulterándolas y eliminándolas sistemáticamente.
Nunca, en toda la historia, se ha perpetrado un ataque más devastador contra la lengua, la historia y la cultura de esas regiones. Los supuestos defensores de las esencias vascas, catalanas y gallegas han demostrado ser sus principales enemigos, pues lo único que han conseguido son ridículas parodias de aquello que pretenden defender.
Pero ha de tenerse en cuenta que todo esto no tiene nada que ver con la lengua, sino con la política. La persecución a la lengua no es más que un instrumento. Todo esto no surge del odio a la lengua española, sino del odio a España.
martes, 28 de octubre de 2008
lunes, 20 de octubre de 2008
PP, C´s y "Els segadors".
publicado en e-notícies
El candidat oficial a presidir el PP de Barcelona, Antoni Bosch, que compta amb el suport d'Alícia Sánchez Camacho, no va tenir cap inconvenient a cantar 'Els Segadors', l'himne nacional de Catalunya, durant la cloenda del 24è congrès d'Unió. Al seu costat, el diputat de Ciutadans José Domingo va restar en posició respectuosa, es va aixecar de la cadira, però en silenci. L'himne es va cantar al final de l'acte i va ser seguit per tots els assistents inclosos els convidats: Artur Mas, Isidre Molas, Joan Ridao, Jordi Guillot o Mercè Civit.
El candidat oficial a presidir el PP de Barcelona, Antoni Bosch, que compta amb el suport d'Alícia Sánchez Camacho, no va tenir cap inconvenient a cantar 'Els Segadors', l'himne nacional de Catalunya, durant la cloenda del 24è congrès d'Unió. Al seu costat, el diputat de Ciutadans José Domingo va restar en posició respectuosa, es va aixecar de la cadira, però en silenci. L'himne es va cantar al final de l'acte i va ser seguit per tots els assistents inclosos els convidats: Artur Mas, Isidre Molas, Joan Ridao, Jordi Guillot o Mercè Civit.
jueves, 16 de octubre de 2008
La invención de Companys.
Manuel Martín Ferrand en el ABC
LA ensoñación de la Historia forma parte inseparable del espíritu nacionalista catalán y, de hecho, quienes han sabido montar toda una industria política de la prédica separatista no se paran en barras -nunca mejor empleada la expresión- para engrandecer la mistificación que, además de darles de comer, les mantiene en el machito del poder. Ayer, por ejemplo, se conmemoraba el sexagésimo octavo aniversario del fusilamiento, en Montjuic, de Lluis Companys. El actual presidente de la Generalitat, José Montilla, ha prometido hacer «todo lo que sea jurídicamente necesario y políticamente conveniente» para lograr la anulación del juicio que le puso frente a un pelotón de fusilamiento en el foso de Santa Eulalia del histórico castillo barcelonés.
La anulación de un juicio que trajo como fruto una pena de muerte es algo que entra dentro del espiritismo soberanista que alimenta, en más o en menos, a las fuerzas presentes en el Parlament. En esto sólo cabe un nuevo juicio, el de la Historia, y pocos estarán en desacuerdo a la hora de afirmar la crueldad innecesaria y sañuda, revanchista, con la que el tribunal militar, en 1940, le condenó a muerte. Un juicio sumarísimo, sin garantías, después de que la Gestapo secuestrara a Companys en su refugio de La Baule-les-Pines para entregárselo, también irregularmente, fuera del Derecho, a la policía de Francisco Franco. Un asesinato revestido de una parodia de legalidad.
Pero no queda ahí la pretendida reivindicación de la figura de Companys. Va más allá y retuerce la lógica, la razón y hasta la fantasía. El que fue primer presidente del Parlamento de Cataluña, después de haber sido gobernador civil de Barcelona y diputado en la Carrera de San Jerónimo, figura señera de ERC, fue también quien, el seis de octubre de 1934, proclamó desde un balcón de la Generalitat el «Estado Catalán», dentro -decía- de la República Federal Española. Una aventura insensata que, con el visto bueno de Niceto Alcalá Zamora y la iniciativa del Gobierno de Alejandro Lerroux -y la inestimable ayuda del general Domingo Batet, que después sería mandado fusilar por Franco, tres docenas de guardias civiles y un cañoncito de juguete-, duró sólo unas horas.
¿También se quiere sacralizar la figura de un golpista desleal a la República y a su juramento constitucional? Como escribió después Carlos Seco Serrano, «la gravedad de la revolución de octubre no reside en su violencia -preludio ya de la Guerra Civil- sino del rompimiento efectivo del socialismo y de las izquierdas catalanas con las normas de convivencia democrática hasta entonces vigentes en la República». La vigente obsesión revisionista de nuestro pasado -tan innecesaria, tan dolorosa- no debiera servir de pretexto para forjar una cadena de grandes falsificaciones. Lluis Companys es una de ellas.
LA ensoñación de la Historia forma parte inseparable del espíritu nacionalista catalán y, de hecho, quienes han sabido montar toda una industria política de la prédica separatista no se paran en barras -nunca mejor empleada la expresión- para engrandecer la mistificación que, además de darles de comer, les mantiene en el machito del poder. Ayer, por ejemplo, se conmemoraba el sexagésimo octavo aniversario del fusilamiento, en Montjuic, de Lluis Companys. El actual presidente de la Generalitat, José Montilla, ha prometido hacer «todo lo que sea jurídicamente necesario y políticamente conveniente» para lograr la anulación del juicio que le puso frente a un pelotón de fusilamiento en el foso de Santa Eulalia del histórico castillo barcelonés.
La anulación de un juicio que trajo como fruto una pena de muerte es algo que entra dentro del espiritismo soberanista que alimenta, en más o en menos, a las fuerzas presentes en el Parlament. En esto sólo cabe un nuevo juicio, el de la Historia, y pocos estarán en desacuerdo a la hora de afirmar la crueldad innecesaria y sañuda, revanchista, con la que el tribunal militar, en 1940, le condenó a muerte. Un juicio sumarísimo, sin garantías, después de que la Gestapo secuestrara a Companys en su refugio de La Baule-les-Pines para entregárselo, también irregularmente, fuera del Derecho, a la policía de Francisco Franco. Un asesinato revestido de una parodia de legalidad.
Pero no queda ahí la pretendida reivindicación de la figura de Companys. Va más allá y retuerce la lógica, la razón y hasta la fantasía. El que fue primer presidente del Parlamento de Cataluña, después de haber sido gobernador civil de Barcelona y diputado en la Carrera de San Jerónimo, figura señera de ERC, fue también quien, el seis de octubre de 1934, proclamó desde un balcón de la Generalitat el «Estado Catalán», dentro -decía- de la República Federal Española. Una aventura insensata que, con el visto bueno de Niceto Alcalá Zamora y la iniciativa del Gobierno de Alejandro Lerroux -y la inestimable ayuda del general Domingo Batet, que después sería mandado fusilar por Franco, tres docenas de guardias civiles y un cañoncito de juguete-, duró sólo unas horas.
¿También se quiere sacralizar la figura de un golpista desleal a la República y a su juramento constitucional? Como escribió después Carlos Seco Serrano, «la gravedad de la revolución de octubre no reside en su violencia -preludio ya de la Guerra Civil- sino del rompimiento efectivo del socialismo y de las izquierdas catalanas con las normas de convivencia democrática hasta entonces vigentes en la República». La vigente obsesión revisionista de nuestro pasado -tan innecesaria, tan dolorosa- no debiera servir de pretexto para forjar una cadena de grandes falsificaciones. Lluis Companys es una de ellas.
martes, 14 de octubre de 2008
Increible.
Lo del Tripartit es increible. Miren como buscan trabas hasta para que un catalán no tenga problemas si se pone enfermo en el resto de España.
lunes, 13 de octubre de 2008
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