viernes, 13 de febrero de 2009

La ciudad que fue. Barcelona, años 70. (VI)


.Jiménez Losantos nos cuenta como con la llegada de la Democracia la izquierda catalana apuesta por el nacionalismo.



Que los nacionalistas buscasen el exterminio del español en la Administración, la Educación y todos los ámbitos de la vida pública, empezando por los medios de comunicación públicos, es un ejercicio de depotismo tiránico, émulo del primer y peor franquismo, pero bastante lógico. La dictadura no es un anhelo privativo de ningún pueblo ni lengua, y la paranoia lingüística es comprensible, aunque compensable y negociable entre los representantes de una lengua minoritaria pero socialmente superior, como el catalán, y los de otra mayoritaria pero socialmente inferior, como el castellano. Siempre, claro, que una no trate de exterminar a la otra aduciendo que de otra forma no podría sobrevivir, porque eso supone el atropello de los derechos civiles de la mitad de la población y porque es algo que desmiente la historia del catalán en Cataluña, con sus muchos vaivenes de apogeo y perigeo, auge y penuria, sin presencia significativa de la inmigración. A finales de los setenta, después de dos elecciones generales democráticas, uno podía entender, aunque lamentase, el asimilismo lingüístico nacionalista. Lo que no se podía entender, salvo como ejercicio de cipayismo rastrero, es que fuera la izquierda, tradicionalmente antinacionalista y, en el caso del PSOE, proclamadamente española, la que compartiera esas tesis que llevaban al apartheid lingüístico a su propia base social.
Nada hubiera sido más fácil para esa izquierda que responder a los políticos catalanistas de derechas y a los obispos ultranacionalistas de esa cuerda que mientras la Dictadura favorecía extraordinariamente a la periferia industrial frente al interior de España y mientras reprimía ferozmente a la oposición de izquierdas o simplemente liberal y democrática, ellos no sólo llevaban la camisa azul y hacían grandes negocios bajo, con y desde el Régimen, sino que introducían a Franco bajo palio en Monserrat, agradecidísimos por haberles salvado el pellejo, la fábrica y la parroquia durante la Guerra Civil. Que lo hiciera la derecha neocatalanista tenía, aunque falsa, explicación. ¡Pero que lo hicera la izquierda! ¡Que los "rojos" de ayer fueran los grandes impulsores del nacionalismo de hoy! ¡Y que no hubiera intelectuales catalanes para combatirlos!

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