domingo, 27 de diciembre de 2009
El problema catalán
Julián Delgado en Última Hora.
En Cataluña, durante la égida de Jordi Pujol, se fue forjando una sociedad cerrada que contrasta con el pasado carácter abierto de Cataluña. No sólo pretendió éste formar un sistema de poder, sino que también y, principalmente, creó un montaje ideológico con pretensión de que fuese consistente. Pero, ahora, al cabo de los años, se pone en evidencia su endeblez.
Más que en presidente de la Generalitat, Pujol se erigió en un Mesías, con una visión dogmática y estrecha del mundo y de la sociedad. Interesado sólo en su propia preeminencia personal Pujol no desarrolló una formulación moderna, ni una práctica coherente ni realista del nacionalismo. Su nacionalismo fue magmático y por ello resultaba peligroso, a la vez que creaba un vacío conceptual, político e intelectual que dejaba el campo libre al mero sentimentalismo y, por tanto, a todos los populismos. No es una visión política moderna, se sustenta en lo sentimental, con lo cual el soñado Estado catalán pertenece al mundo de lo metafísico. Pujol pontificó sobre todo, pero lo hizo de manera tan zafia, que ni tan siquiera acotó el tema del irredentismo independentista, ahora considerado inmediato y urgente, con el quecomulga una parte de su partido, estimulado por el propio Pujol. Creó una fuerte mitología nacionalista, una nueva religión civil monoteísta, de cuya iglesia, el Honorable era Sumo Pontífice. De esta manera, el pujolismo fue penetrando en la sociedad como amalgama de los espíritus, como una verdad sagrada e indiscutible, así como, a la vez, confusa, que llegó a convertirse en hegemónica.
Con esta doctrina se hechizó a la sociedad mermando el pluralismo y enmudeciendo al disidente. Cualquier crítica a la acción política se interpretaba como herejía y al impío como un blasfemo, acreedor del anatema y del repudio de los fieles. Surgió una especie de pensamiento falaz, anacrónico, petulante y falsamente transversal, que fomentó una sociedad acrítica a la que se otorgó una tabla de mandamientos que, como en todas las religiones, su objetivo no fue otro que elcontrol del pensamiento y, siguiendo el símil religioso, de las almas, del espíritu.
Pero ello no era suficiente para adormecer y dominar a una sociedad rica, abierta, solidaria, innovadora que salía de un régimen totalitario y ansiaba gozar de libertades como la que más. Fue preciso completar la reconstrucción pujolista con un sistema de poder que permitiera la dominación, a base de un intervencionismo pétreo. Se configuró eliminando contrapoderes, convirtiéndolos en parte del sistema y en adoradores del mismo dios. De esta manera, el sacro pensamiento pujolista, formuló arcaicas y utópicas invocaciones, de base sentimental, jamás intelectual, con el fin evidente de lograr controlar el escenario político, social, cultural, económico, financiero y mediático. Desde luego, el uso nada accidental de la corrupción también jugó un gran papel.
Y así estábamos cuando llegó el autonomista Maragall, que para dar el salto a la Generalitat abrazó todas las mitologías del pujolismo y le añadió otras aún más insensatas. De la noche a mañana se convirtió a la fe auténtica, repitiendo el tantra nacionalista más impenitente. Lo hizo sin que nadie se lo pidiera, con un único interés personal y partidista,arrastrando a su partido a una deriva extraña a todos los principios de éste. Extrajo de su cabeza, ya débil, un delirio: un Nuevo Testamento. Fue el Estatut basado en el federalismo asimétrico que hacía añicos la Constitución, y que convertía los ideales federales republicanos en una tibia creencia.
Quien puso la bomba en la línea de flotación del Estado fue Maragall. Montilla sólo ha tenido que subirse al papamóvil y defender aquel Evangelio. Y lo grave es que en el horizonte no aparece ningún esquema resolutorio que no implique un precio incierto y a buen seguro bastante alto.
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