
La expansión del castellano por tierras de Cataluña hallaría así su raíz en una supuesta operación desnacionalizadora programada por un hipotético invasor: caínes de lenguas hermanas, caínes insomnes que no descansan hasta ver seca la voz de Muntaner, quebrada la ruta de Llull... caínes salidos de la meseta mística y guerrera... Ignorando a propósito que la economía, la necesidad de comunicarse, las múltiples formas que tiene la gente de ganarse la vida y la consideración de la lengua como un bien que garantice esa ganancia están siempre detrás de la difusión de las lenguas y de la legislación hecha a su propósito, la castellanziación vendría impuesta por una Inquisición, unos obispos y un clero de procedencia meseteña, primero, por la política desarrollada a partir de las directrices de Nebrija, después, y finalmente por los Borbones del siglo XVIII, nebulosos antecedentes de Franco y su encarnizada persecución de todo cuanto sonara a catalán.
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