sábado, 10 de diciembre de 2011

Normalizar el castellano

La opinión de Jesús Royo en La Voz Libre.
El comportamiento lingüístico de los catalanes es muy peculiar. Los mensajes que se difunden son contradictorios y altamente interesados, políticamente interesados. No digo yo que mi discurso se libre de ello, pero como mínimo tiene a su favor que va contracorriente, no comulga con lo políticamente correcto y comporta un cierto grado de riesgo personal: me permito el lujo de pensar por libre, y perdónenme la petulancia.

Hoy quiero analizar un punto que en mi opinión resulta crucial en el sistema sociolingüístico catalán: la imposibilidad de la normalización del castellano. Es decir, el castellano en Cataluña es una situación de hecho, pero no de derecho, es algo transitorio, no permanente, es una anomalía que debe tolerarse ahora y corregirse en su momento. El castellano nunca podrá ser una cosa normal. El nacionalismo lingüístico se basa es ese punto, más o menos elaborado o disfrazado, y es prácticamente imposible que se mueva de ahí. Lo aceptan nacionalistas y no nacionalistas, hasta la izquierda, PSC e IC. Los castellanohablantes lo son "de momento", hasta que se decidan a pasarse al catalán, primero aprendiéndolo, luego hablándolo en exclusiva en público (como Montilla, por ejemplo), finalmente adoptándolo como lengua familiar. Para lo cual hay un momento clave en el que decides que el catalán sea la lengua de tus hijos. Ese es el paradigma en que estamos. Este proceso puede durar un siglo o dos, es igual, pero lo importante es que esté siempre vigente y vaya produciendo un saldo positivo de catalanohablantes, suficiente para corregir la pérdida relativa del catalán por baja natalidad o por otras razones. O puede que incluso deba ser permanente: es decir, que el estadio castellanohablante sea un paso más o menos necesario de la integración de los forasteros en Cataluña, sean o no hispanohablantes: pero un paso a superar en cuanto empiecen a escalar puestos en la pirámide social.

Para que eso sea posible, lo fundamental es que el castellano no pueda ser normal. O lo que es lo mismo: que no tenga derechos. Ninguno. Muchísimo menos la igualdad, esa igualdad que el TC ha dictado como única posibilidad acorde con la Constitución. Ese simple detalle significaría el fin de todo el montaje lingüístico-social. Y los escato-sociolingüistas añaden: sería el fin del catalán, su sentencia de muerte. "El bilingüisme és la fi del català", se dice en las escuelas. Lo que quiere decir realmente es que el castellano nunca podrá ser normal. Nunca.

En uno de los muchos coloquios a que he asistido en mi vida, un ingenuo se preguntaba: "En el Quebec han establecido una lista de derechos de los angloparlantes (un 20 por ciento de la población). ¿No se debería formular lo mismo para los hispanoparlantes de Cataluña, considerada como una minoría lingüística?" Y añadía: "Quizá no ahora, quizá para más adelante, cuando se supere la emergencia actual...". La respuesta es no. Jamás. Si se le diera cancha al castellano en Cataluña, aunque fuera sometido al catalán, concluyen, "desapareceríamos". Poca broma.

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