viernes, 6 de marzo de 2009

La ciudad que fue. Barcelona, años 70. (X).


Hoy os invito a leer un trozo más largo de lo habitual del libro de Losantos. Un poco largo pero sumamente interesante.



Y es que "Em dic Paco" es el muy inverosímil título de una novelita que el Servicio de Enseñanza del Catalán de la Consejería de Educación "recomienda" cada año para que sea leída y "trabajada" en todos los institutos de enseñanza secundaria de Cataluña.
El héroe positivo de la historia de Paco es un adolescente de padres andaluces nacido en Ciudad Badía, uno de tantos municipios del cinturón indiustrial de Barcelona poblado por castellanohablantes. El de Paco es un drama shakesperiano: ya en la primera página el lector es avisado de que un letal ácido metafísico corroía sus entrañas desde la más tierna infancia: Paco tenía "sed de ser". Sed, sí, porque en los recurrentes viajes veraniegos a Cañete de las Torres, el pueblo de la provincia de Córdoba -muy próximo a Iznájar, por cierto- donde nacieron sus padres, Paco veía que él no era andaluz, como ellos y su hermano mayor, un lerdo llamado Manolo. Sin embargo, en su fuero interno algo le decía a Paco que su catalanidad resultaba, por incompleta, deficiente.
Tras este comienzo, el lector puede temer que el fatal desajuste identitario sólo terminará cuando el chaval se tumbe en el diván de algún psicoanalista argentino o uruguayo, pero que haya obtenido el preceptivo Nivel C de catalán. Y es que sólo un entorno muy sensibilizado por la angustiosa necesidad que sufría Paco de dotarse de una personalidad genuinamente catalana podría salvarlo del vacío existencial. Ese entorno lo acogerá cuando por primera vez en su vida salga del barrio para cursar el bachillerato en la capital de la comarca. Sabadell, sí, tan cerca y tan distinto, será el nuevo mundo en el que Paco abrazará, al fin, su verdadera identidad. Un propósito que logrará gracias al auxulio impagable del profesor de catalán del instituto:

"Cada nueva palabra adquirida y usada le ayudaba a que desapareciese una antigua niebla y hacía crecer una nueva raíz...Ahora ya sabía quién era, qué era, de dónde era. Él era...como ellos, normal como ellos...Entre los catalanes normales pasaba por un catalán normal".

¿Lo era? No. tras el éxtasis cotidiano de asistir a clase en un instituto catalanista de Sabadell, Paco no tenía más remedio que volver al sórdido hogar paterno. Terrible martirio, dado que allí se veía obligado a ocultar ante su progenitor, un individuo aún más primario que su hermano Manolo, que su lengua propia, la única, había pasado a ser el catalán.

"Estaba cansado de sus padres... eran cerrados, muy cerrados, a la suya, siempre a la suya, cabezotas anticuados... Le hubiera gustado tener unos padres como los de Marta..., distinguidos, con un talante mucho más abierto que el de los suyos".

Marta, sí, criatura de acreditada y distinguida catalanidad, es el regalo de los dioses a Paco en forma de compañera de pupitre. Con Marta, Paco no sólo descubrirá el sexo, sino algo más excitante: el amor ciego a Cataluña. Será ella -Marta, no Cataluña- quien lo introduzca en la lucha militante para lograr la independencia de los Países Catalanes. Además, gracias a Marta, entablará amistad con Dani, que se constituirá en el compañero inseparable con quien acudir a las manifestaciones en solidaridad con los separatistas detenidos por la Policía Nacional (que no por los Mossos). El mismo Dani que, después, lo escoltará en los lanzamientos de cócteles Molotov, cuando los tres jóvenes se integren en una banda terrorista que compagina el combate por la ruptura definitiva de España con la defensa de un modelo catalán de desarrollo sostenible.
Al fin tras varias arriesgadísimas acciones de comando contra una promotora inmobiliaria que pretendía edificar una urbanización en medio de un bosque de flora autóctona, Paco concluye su epopeya iniciática sabiéndose, de una vez por todas, catalán de pura cepa, libre de aquella sed que lo torturó desde la cuna. Al final del viaje a Ítaca, o sea, a Sabadell, será ya Francesc, un catalán "como ellos, normal como ellos".
Porque ésa, la nacionalsita y antiespañola, es la única y real "normalización".
Uno de los más distinguidos intelectuales catalanes, criado en la izquierda y proclive, por tanto a caerse del guindo demasiado tarde, me escribía recientemente a propósito de Paco y su circunstancia:

"¿Cómo definir todo ese estado de cosas? ¿Cómo llamar a un sistema en el que todos los partidos son el mismo partido, porque todos comparten idéntico programa máximo? ¿Cómo bautizar a un régimen así, que construye la memoria colectiva proscribiendo sistemáticamente del recuerdo a las individualidades que abjuraron de su canon identitario? ¿Cómo referirse a un poder que ni suprime las elecciones, ni tortura, ni asesina, pero que cada día se propone con todos los recursos a su alcance colonizar las conciencias de la gente? ¿Con qué término describir un mundo como el de la Cataluña de los últimos treinta años, un lugar donde todos los periodistas, sin excepción, se ponen de pie para aplaudir a los políticos al concluir las sesiones parlamentarias importantes? (se refiere al nuevo Estatuto de Cataluña) ¿Cómo verbalizar de modo sinético la miseria civil de una comunidad que compite por proclamar persona "non grata" a su mayor artista escénico, Albert Boadella, un hombre que pagó con la cárcel por defender sus libertades cuando estaban proscritas? ¿Con qué expresión aprehender el estado moral de una sociedad en la que se puede manipular, tergiversar, censurar y acallar hasta la voz de su más ilustre compatriota el Presidente Tarradellas, aún vivo, sin que nadie reaccione ni proteste?"

Pero él mismo se contesta con otra historia:

"Ningún periódico catalán ha querido malgastar una gota de tinta explicando la pequeña historia de José Cabezas March, el ex conductor del coche oficial del consejero de Educación Joan Maria Pujals. Cabezas se vería degradado a simple conserje tras descubrir el hombre que transportaba en el asiento de atrás que había osado denunciar -inútilmente- al colegio público Reyes Católicos por negarse a escolarizar en castellano a su hijo de cuatro años. La pequeña historia borrada del ex conductor Cabezas, simple crónica administrativa de la bajeza humana encierra la metáfora más esclarecedora sobre la Cataluña actual que quepa imaginar. Y por ello condenada al olvido."

Todo es empeorable. Pero el olvido casi nunca triunfa del todo.

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