jueves, 17 de diciembre de 2009

Del clamor al pinchazo


Francesc de Carreras en La Vanguardia.

El resultado de las consultas informales que tuvieron lugar el domingo pasado sobre los deseos de independencia de Catalunya hay que encuadrarlas en el clima político de los últimos meses, resultado de un proceso de muchos años. ¿Cuándo comenzó este proceso? La fecha inicial de todo desarrollo histórico siempre es difícil de precisar y la tentación es siempre remontarnos hacia muy atrás. Pero no hay espacio para ello y nos situaremos en un marco de referencia más inmediato, por ejemplo, justo antes del verano pasado, tras el acuerdo de financiación del cual todavía no tenemos resultados ciertos.
Fue entonces cuando, a falta de otros motivos de queja, se empezó una nueva campaña: la supuesta ilegitimidad del Tribunal Constitucional para dictar la sentencia sobre el Estatuto de Catalunya, seguida de todo tipo de invectivas contra dicho órgano jurisdiccional que han llegado a poner en duda la legitimidad democrática de la Constitución y del Estado. Incluso algunos consejeros de la Generalitat llegaron a sostener que había que incumplir la sentencia. El ambiente se fue, pues, caldeando a lo largo del verano. En septiembre tuvo lugar la primera consulta en Arenys de Munt con una participación ciertamente notable, el 41% de un censo basado en el padrón municipal. Animados por este resultado, los promotores emprendieron la tarea de extender el experimento a otros municipios. De ahí el simulacro de referéndums del pasado domingo.

Para analizar el resultado, deben hacerse algunas advertencias. Estos 166 municipios, en total unos 700.000 habitantes, tienen ciertas características especiales. En primer lugar, la inmensa mayoría son de muy reducido tamaño: 74 de ellos tienen menos de 1.000 habitantes y otros 50 entre 1.000 y 5.000. Restan, por tanto, otros 41: 22 no llegan a 10.000, entre esta cifra y 20.000 hay otros 14 y sólo 5 superan los 20.000, el más poblado –Sant Cugat– 59.000 habitantes. En segundo lugar, son municipios en los que predomina el voto nacionalista, por este motivo han adoptado el acuerdo de celebrar estas consultas. En tercer lugar, las garantías de limpieza electoral son escasas ya que toda la organización y control ha ido cargo de los partidarios del sí que, además, son los únicos que han hecho propaganda. Por último, en estas votaciones el único dato importante es el de la participación, ya que los contrarios al voto afirmativo casi ni siquiera han ido a votar.

Como se sabe, los resultados globales han constituido una gran decepción para los promotores: esperaban el 40% de participación –igualando el dato de Arenys de Munt– y esta ha alcanzado sólo el 27%, del que hay que descontar a favor de la independencia algo más de un 5% de votos negativos, nulos y en blanco. Además, si observamos los resultados con detalle, el descalabro ha sido mucho mayor. De los cinco municipios que superan los 20.000 habitantes, sólo Vic, feudo tradicional del nacionalismo, supera la media con un 42% de participación. Los demás han obtenido cifras muy inferiores: Sant Cugat 25%, Vilanova 16%, Vilafranca 21% y Premià de Mar 15%. En general, cuanto más cercanos a Barcelona, menor participación.

Hagamos ahora un ejercicio de extrapolación. Imaginemos que hubieran votado las grandes urbes industriales: Barcelona, l'Hospitalet, Badalona, Tarragona, Cerdanyola, Rubí, Reus, Sabadell, Terrassa, Santa Coloma, Cornellà, Lleida, Girona. A la vista de los datos anteriores, y teniendo en cuenta los habituales resultados electorales, la participación hubiera sido ínfima, mucho menor que el 18-20% que tradicionalmente dan los sondeos de opinión al independentismo. Se entienden así el desconcierto y las disputas de los promotores en la misma noche electoral.

Algunas consecuencias tendrán estos resultados. Apuntemos dos. En primer lugar, se ha pinchado el globo de la desafección a la España constitucional. Téngase en cuenta que estas consultas se habían planteado no sólo como un voto a la independencia sino también como una expresión del malestar por el trato que "España" da a "Catalunya": escasa autonomía, mala financiación y ataques continuos. También como un aviso de lo que podría pasar tras la sentencia del TC si fuera desfavorable al Estatut. A la vista está todo: desafección muy poca y reacciones contra la sentencia todavía menos. En segundo lugar, los resultados muestran una vez más que existen dos Catalunyes: la de la calle, la del catalán razonable y sensato, el catalán dotado de seny, que se preocupa de la política en la medida que pretende que sus impuestos sirvan para obtener el mayor rendimiento posible en libertad, igualdad y servicios públicos; y la Catalunya idealizada de la mayoría de la clase política –cargos públicos, partidos y medios de comunicación– que nos presentan un panorama apocalíptico de unos catalanes oprimidos y atacados por la malvada España de siempre.

Existen, no cabe duda, nacionalistas que, muy legítima y dignamente, pretenden que Catalunya sea independiente. Pero son relativamente pocos y esta es una ocasión para que mediten sobre su fuerza real. Pero las consultas del domingo deben hacer recapacitar sobre todo a otros catalanes, no tan dignos, que utilizan a los independentistas para defender sus propios intereses, muy distintos, desacreditando a la democracia constitucional con populismo y demagogia. Hasta el domingo, la desafección les parecía un clamor casi unánime. Pues bien, el globo se les ha pinchado y tendrán que acudir a otros argumentos.

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