jueves, 29 de enero de 2009

Entrevista a un zurdo mental.



Socialdemocracia Republicana. Ese es el título del primer libro de Juan Antonio Cordero. Si los programas electorales llevasen copyright los socialistas canarios le hubiesen hecho rico.

1.- El subtítulo de tu libro es: Hacia una formulación cívica del socialismo. ¿En qué varía esta formulación el socialismo que gobierna actualmente en España y Catalunya?
Una de las razones que me impulsaron a escribir este libro fue la polisemia que ha ido rodeando el término de socialismo hasta convertirlo en una palabra vacía que vale lo mismo para un roto que para un descosido. Muestra de ello es que un gobierno como el autonómico catalán se diga socialista mientras defiende para Cataluña el cupo vasco y la regresiva y muy antisocialista idea de que "els impostos catalans els volem a Catalunya" (llevada al plano individual, el dinero que pago en impuestos quiero que se quede en mi casa), sin que nadie se sonroje. Y otro tanto cabe decir del gobierno "socialista" español, ideólogo y responsable de una ronda de reformas estatutarias que se ha hecho al grito (también muy poco socialista) de "lo mío, mío y lo tuyo, de los dos", todo ello a cuenta de unos privilegios de base histórica que no tienen nada que ver no ya con el socialismo, sino con la simple modernidad ilustrada que emerge con la Revolución francesa.

Esa es quizá la primera diferencia entre este supuesto socialismo "oficial" y el horizonte que se menciona en el subtítulo del título: el primero se ha acabado convirtiendo en una etiqueta vacía y despojada de todo contenido ideológico, reclamo electoral y cortina de humo para esconder y disimular políticas abiertamente regresivas. El segundo, por el contrario, aspira a recuperar los valores en torno a los cuales cobra consistencia el proyecto político socialista (libertad, igualdad, fraternidad o solidaridad) y a proyectarlos políticamente en un contexto nuevo y cambiante, que se parece poco o nada a situaciones anteriores, y que requiere, por tanto, nuevas miradas y nuevos enfoques desde el socialismo. La idea central del libro, el sentido de la "formulación cívica" que se menciona en el subtítulo, es que esta actualización del proyecto socialista pasa necesariamente por potenciar el concepto de ciudadanía como espacio público y común de iguales derechos e igual libertad para todos, independientemente de los condicionantes privados (socioeconómicos, familiares) y las identidades particulares (religiosas, étnicas, lingüísticas) de cada cual. Todo lo contrario de lo que ha supuesto el proyecto zapaterista y del PSC en estos últimos años, en el que la identidad de los territorios, las lenguas, los derechos históricos y otras reminiscencias premodernas han ocupado la centralidad del debate político, en detrimento de los ciudadanos y de los derechos y libertades que como tales les (nos) corresponden.


2.- ¿Están pasados de moda los conceptos: Libertad, igualdad y solidaridad?
En absoluto. Son valores con vocación de universalidad que, además, no han desaparecido del debate político en dos siglos de uso y abuso. Quizá es la solidaridad el eslabón más débil de la cadena, o lo que menos "de moda" está. Pero, en mi opinión, la defensa de la igualdad y la libertad o, si se prefiere, el compromiso con la igual libertad de cada ciudadano es inalcanzable sin una solidaridad (o fraternidad) que se comprometa con la igual libertad de los demás tanto como con la propia, asumiendo así que la propia es inseparable de la de los demás.

Como el término "socialismo" del que hablábamos antes, el manoseo de estos conceptos por parte de la clase política y su utilización cuando toca y cuando no toca, acaba desgastándolos, desvirtuándolos ante la opinión pública. Cuando las palabras "libertad", "igualdad" y "solidaridad" se emplean indiscriminadamente para designar proyectos diferentes e incluso opuestos, indudablemente se erosionan y acaban significando muy poco o aportando muy poca claridad a la descusión. En este sentido, hoy se hace necesario hablar, además de los lemas más o menos vagos en las que todos (conservadores y socialistas, liberales y reaccionarios, tradicionalistas y progresistas) podemos encontrarnos, de qué libertad, qué igualdad (igualdad para qué) y qué solidaridad (solidaridad entre quiénes y para qué) se defiende desde cada proyecto político. El socialismo tiene una vinculación muy fuerte con esta terna de valores, popularizada por la Revolución francesa, pero tiene que profundizar en ellos si quiere dar un contenido concreto a su proyecto. Y son muchas las elecciones posibles: el nacionalismo se articula en torno a una concepción de la igualdad y la solidaridad que excluye a los que no se reconocen en una esencia identitaria concreta. La derecha liberal agita la bandera de la libertad económica, esto es, la libertad para tener, acumular, comprar y vender sin interferencias de nadie, y se queda con un concepto peculiar, restrictivo en mi opinión, de la igualdad. La izquierda, o el socialismo, tiene que tomar partido y comprometerse también con un determinado enfoque de estos valores, adaptado a los tiempos y coherente con su propio compromiso humanista.

3.- A día de hoy, ¿te atreverías a afirmar que el ciudadano es dueño de su futuro?
No. Precisamente esa aspiración es la que da sentido, a mi entender, a la vigencia de la izquierda y del socialismo como proyecto político transformador. Mientras el ciudadano no sea dueño de su futuro, mientras persistan desigualdades no achacables a la libertad personal, tendrá sentido hablar de socialismo. Y esas "desigualdades sin responsabilidad", la erradicación de las cuales es objetivo y razón de ser de la izquierda, persisten hoy en día, incluso en el seno de nuestras afortunadas sociedades. Hay factores que escapan al control del individuo, desde el género hasta la situación familiar o socioeconómica, que abren o restringen el abanico de oportunidades disponibles. Las sociedades occidentales (y en este proceso el socialismo democrático ha sido una fuerza determinante) han combatido con relativo éxito muchas de las desigualdadades que imposibilitaban o hacían muy difícil el progreso de los individuos, pero no ha conseguido erradicarlas. La propia evolución de la sociedad hace emerger nuevas formas de desigualdad, junto a las antiguas, que pueden hacer al ciudadano menos dueño de su vida. El repliegue identitario es uno de los fenómenos que puede hacer retroceder esta tendencia; las dinámicas de la globalización, por su parte, también pueden tener efectos perniciosos en este sentido, según cómo se gestione. La lucha contra las "desigualdades sin responsabilidad" es, en ese sentido, terriblemente actual y necesario en nuestras sociedades, y en un grado mucho más pronunciado en otras partes del mundo.

4.- Ni Zapatero habla de izquierda, como mucho habla de progresismo. ¿Qué sentido tiene en el S.XXI hablar de izquierdas?
Cíclicamente se plantea en los ámbitos políticos y mediáticos la vigencia o no de la dicotomía entre "izquierdas" y "derechas". Es un debate recurrente, pero los profetas del fin de las ideologías son una y otra vez puestos ante la realidad. En mi opinión, hay un equívoco que añade confusión al debate y facilita que no quede nunca completamente cerrado. La izquierda, tal y como yo la entiendo, responde a una concepción del hombre, la sociedad (al fin y al cabo, la forma que tienen los hombres de vivir en común) y el Estado (los instrumentos de que se dota la sociedad para garantizar su propia pervivencia) que puede presentarse de muchas maneras, con mayor o menor grado de matices. Si se me permite la enorme simplificación, yo relaciono la razón de ser de la izquierda con la convicción de que hay factores que no dependen del individuo pero que pueden condicionar negativamente su proyecto de vida, y de que esos factores no son (desde un punto de vista normativo) deseables. La izquierda, o las izquierdas, a mi parecer, asumen ese punto de partida y orientan sus esfuerzos a combatir, de diversas formas, con diferentes estrategias, con distintos grados de radicalidad y desde diferentes enfoques, esas desigualdades que pueden impedir que el hombre sea plenamente responsable (y plenamente libre, por tanto) de su vida.

Si se acepta esta descripción, necesariamente vaga porque el concepto de "izquierda" incluye posiciones y proyectos muy diferentes, la respuesta se contesta sola. En la medida en que esas desigualdades perviven (y perviven, como decíamos antes, incluso en las sociedades más afortunadas e igualitarias), tiene sentido hablar de izquierda y tiene sentido hablar de socialismo.

5.- ¿Qué entiendes por libertad cívica?
Decía Jean Jaurès que "la République, c'est la societé où chacun a le temps et la liberté pour agir en citoyen" (la república es la sociedad donde cada uno tiene el tiempo y la libertad de actuar como ciudadano). Es una buena aproximación al concepto de libertad cívica, tal y como se presenta en el libro: por libertad cívica se entiende la plena capacidad del individuo para desplegar los atributos de ciudadanía en el marco de la sociedad. De acuerdo con el modelo de ciudadanía que se presenta en el libro (derechos civiles, derechos políticos, derechos sociales, respeto a la Ley y al Estado como emanaciones de la comunidad cívica), ello supone la capacidad de construir autónomamente su proyecto vital en iguales condiciones que sus pares, por un lado, y el derecho a interactuar con su entorno y a participar en la definición del espacio público del que forma parte. Con esta definición, la libertad cívica desborda tradicional disyuntiva entre libertades defensivas (del individuo frente a la interferencia de la comunidad o la dominación externa en su esfera privada) y libertad positiva (del individuo en la esfera pública de la comunidad), reconociendo el carácter complementario e inseparable de las esferas públicas y privada, y asumiendo la imposibilidad de concebir el individuo y su libertad en oposición (bien positiva, bien negativa) con la comunidad en la que es ciudadano. Es, por tanto, una atribución del individuo en tanto que ciudadano, es decir, en tanto que miembro de una comunidad cívica y política que constituye y protege esa libertad y en la que la libertad cívica de cada uno es condición para la propia.

6.- Actualmente vives en Francia. ¿Qué diferencias destacarías entre la izquierda francesa y la española?
La primera diferencia que llama la atención es la relativa debilidad del PS francés en el conjunto de la izquierda. Al contrario que en España, donde las fuerzas situadas a la izquierda del PSOE se encuentran reducidas a la mínima expresión, tanto social e institucionalmente; en Francia existe un PS mayoritario pero no hegemónico, un minúsculo partido progresista procedente de la tradición radical-socialista, un Partido Comunista relativamente fuerte, aunque en crisis, y una serie de formaciones de extrema izquierda (Lucha Obrera y Liga Comunista Revolucionaria) cuya capacidad de movilización y radicalismo es sorprendente cuando se examina con parámetros españolas. Ciertamente, el sistema electoral favorece la multiplicidad de partidos de izquierda (al contrario que en España, donde la tendencia bipartidista favorece la concentración del voto en una única opción, en este caso el PSOE), pero además puede decirse, si se permite la simplificación, que la centralidad en el debate político en Francia se encuentra en muchos aspectos "a la izquierda" de la centralidad en el debate político español. El Estado de Bienestar, el intervencionismo estatal en la economía, el laicismo, en fin, muchas posiciones que en España aún se sitúan exclusivamente en la izquierda del espectro político democrático, están profundamente arraigadas en el consenso republicano francés, que abarca tanto a la izquierda como a la derecha democráticas. Ello puede explicar, en parte, el mayor radicalismo (sobre todo retórico, pero también práctico) del PS francés respecto al PSOE, y la existencia de una extrema izquierda esplendorosa si se compara con la agonizante Izquierda Unida española.

Este consenso republicano alcanza también un modelo de Estado fuertemente centralizado, conectado con una identidad nacional fuerte compartida tanto por la izquierda democrática como por la derecha democrática (liberal y gaullista). El jacobinismo, el centralismo político y la afición por la nación como patria de los derechos del hombre forman parte relevante en el sustrato ideológico de la izquierda francesa, en clara contraposición con una izquierda española cuya actitud ante la nación española y el Estado que la encarna es tremendamente problemático.

Desde el punto de vista organizativo, el sistema electoral también tiene consecuencias sobre la estructura de los partidos. El elevado protagonismo de los cargos electos en la vida política francesa tiende a debilitar los aparatos de los partidos y a orientarlos más hacia modelos de dirección colegiada y más inestable, sobre todo cuando el partido o la coalición de partidos en cuestión no es mayoría presidencial y carece, por tanto, del liderazgo indiscutido del Jefe del Estado. Este es el caso del Partido Socialista francés en la actualidad: relegado a la oposición tras el fracaso de Ségolène Royal frente a Nicolas Sarkozy, el partido se halla en una grave crisis de liderazgo en la cual son muchos los líderes territoriales, "dinosaurios" y figuras emergentes que se disputan una hegemonía que, en todo caso, no alcanza los grados de monolitismo se registran, por ejemplo, en el PSOE zapaterista o felipista.

La debilidad de los partidos franceses tiene su compensación en una mayor vitalidad de la sociedad civil que también contrasta con la fragilidad española. Al contrario que en nuestro país, Francia cuenta con una marcada tradición reivindicativa que se concreta en un potente tejido sindical y asociativo independiente del poder político (de los grandes partidos), aunque muy belicoso y fuertemente politizado. El poder de este tejido social, sobre todo si no es directamente controlable por los grandes partidos, puede derivar -y de hecho deriva en ocasiones- en desviaciones corporativas o procesos de radicalización peligrosos, pero es difícil contrastar sin un punto de envidia este panorama con el grado de dependencia de movimientos sociales, estudiantiles, universitarios y sindicales respecto a los partidos políticos en España.

Ahora bien, la mayor pluralidad y el mayor dinamismo de la izquierda francesa en su conjunto (tanto la izquierda institucional como la social o cívica, y aun estando en la oposición) respecto a la izquierda española no es garantía de éxito ni de sostenibilidad. La crisis en que se encuentran sumergidos partidos (desde el PS hasta el especto anticapitalista, pasando por un languideciente PCF), sindicatos (que pueden sufrir un proceso similar al de las trade-unions británicas en su enfrentamiento con Thatcher, si no alejan de sí la tentación corporativa) y movimiento universitario no es coyuntural, es quizá más grave que la que se registra en otros países y responde a la necesidad de abandonar las trincheras de un radicalismo retórico fuera de tiempo y políticamente estéril, y abordar una adaptación seria, ideológica y estratégica, a las nuevas realidades políticas y sociales.

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