sábado, 21 de noviembre de 2009

El castellano, en la intimidad


Arcadi Espada en El Mundo.


Si España fuera un país con algo más de grosor el entonces presidente Aznar jamás habría dicho en aquella ocasión memorable que hablaba el catalán en la intimidad. “Catalán” e “intimidad”, juntos, traen mal recuerdos. Cuando el general Alvarez Arenas entró en la ciudad escribió en sus muros: «Estad seguros, catalanes, de que vuestro lenguaje, en el uso privado y familiar, no será perseguido.» Y el voluptuoso Galinsoga, director de La Vanguardia Española, remató pocas semanas después: «Quédense para la recóndita intimidad los coqueteos lingüísticos, la expansión más o menos romántica o más o menos reticente de otras lenguas.»
Mentar la lengua y la intimidad en Cataluña es como mentar la soga donde el ahorcado. Pero nadie quiso recordar entonces, fuera de algunas ironías de medio pelo: eran los tiempos del Majestic.

La intimidad vuelve a asociarse con la lengua en Cataluña. Lenta, esforzadamente, pero sin tregua, el nacionalismo trata que el castellano abandone el espacio público de Cataluña. Desde hace tiempo la policía lingüística sanciona a los comercios extravagantes. Ayer el Consejo Audiovisual de Cataluña, el llamado CAC con todas las letras, obligaba a cuotas lingüísticas a las emisoras privadas. Y hoy es el Ayuntamiento de Barcelona el que estrena un manual de usos lingüísticos que expulsa a la lengua castellana de la urbanidad. Más bien sanciona su expulsión, porque el hecho en sí es antiguo. Baste el enternecedor ejemplo de lo que hacen con los niños cuando llegan los Juegos Florales: en los colegios de cada distrito les dejan escribir en castellano y en catalán sus composiciones; pero cuando la noble justa llega a la ciudad sólo pueden competir los catalanes. Y es que como hay lenguas hay lenguados.

La decisión municipal no se limita a la expulsión pura y simple de la lengua. Eso habría sido botín de conquista, galinsoga. El mundo progresa, y básicamente gracias a la socialdemocracia. El municipio se limita a disponer todo, absolutamente todo, en catalán. A la vista, relucientes y limpios, ahí están: impresos, sellos de goma, matasellos. En la trastienda, sin embargo, hay de lo mismo en castellano. Existe, desde luego. Pero no a la vista. ¡Está mal visto! Hay que reclamarlo. Esta es la imagen que conviene retener. Este momento de inclinación. La violencia (simbólica, ep!, ¡somos semióticos y socialdemócratas!) del que suministra un poco de metadona para la adicción españolista.

La íntima y alucinatoria violencia por la que pasa el que debe rogar al Estado que le hable y le escriba en la lengua oficial del Estado.

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