
Seguimos con más retazos de "Progresa adecuadamente", el libro de Xavier Pericay.
Mi padre murió hará diecisiete años. Mucho antes de su fallecimiento, yo ya había emepezado a mudar de identidad, sin renunciar por ello a mi feliz condición de hijo de catedrático. Y así hasta la fecha de hoy, en que, a mi orfandad natural, me veo forzado a añadir por decreto un nuevo vacío. Resulta que en los institutos de Enseñanza Secundaria y Bachillerato ya no hay catedráticos. Y aquí no acaba todo: para mi desesperación, resulta que esto es así desde hace más de dos lustros. Al parecer, los rsponsables de diseñar la política educativa, tan renuentes siempre a conservar lo heredado y a tratar de mejorarlo, se dijeron un buen día, henchidos de un ánimo revolucionario: "Vamos a reformar de una vez por todas la enseñanza y a demostrar que aquí todos somos iguales". Dicho y hecho: con la inestimable colaboración de algunos sindicatos mayoritarios, estos insignes pedagogos pusieron en marcha la reforma educativa y decidieron que el futuro de la escuela pública estaba en la implantación de medidas que nivelaran al alumnado y al profesorado -que lo nivelaran por abajo se entiende-. De cómo los alumnos han ido perdiendo nivel hasta llegar a ras de suelo, de ha hablado largo y tendido, y me temo que aún vamos a seguir haciéndolo. En cambio, de la caída en picado del profesorado y de su conversión en mera comparsa del sistema sin éstímulo profesional alguno, se ha hablado por desgracia muchísimo menos.
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