lunes, 28 de septiembre de 2009

Aburrimiento


Joseba Arregui en El Diario Vasco.


El nacionalismo no da respiro, ni cuando uno quiere escaparse de sus obsesiones. Estaba en trance de escribir un artículo dedicado a la impresión de que vivimos momentos, no en Euskadi, sino en el mundo occidental en general, de cierta decadencia, de 'fin de siécle', cuando la lectura de algunas opiniones manifestadas por el diputado general de Gipuzkoa, Markel Olano, en el debate de política general en las Juntas Generales de ese territorio, me ha vuelto a la realidad estrecha, y aburrida, de Euskadi. Ha dicho Markel Olano, según leo entrecomillado en la prensa, que el PSE y el PP defienden un esquema frentista, que pretenden resocializar la ciudadanía vasca recurriendo a la perversión mediática. En su opinión, el pacto entre PSE y PP es contrario a la pluralidad, y, sobre todo, un ataque directo al pueblo vasco.

Esta última es de esas afirmaciones que consiguen dejarme perplejo. Intento entenderla, y se me abren para ello tres posibilidades. Los miembros del PSE y del PP no son vascos, y tampoco todos los que les han dado el voto. Segundo: el PSE y el PP no saben lo que significa ser vasco, algo reservado a los nacionalistas, a los guardianes de la ortodoxia, aunque no se pongan de acuerdo entre ellos. Tercero: los miembros del PSE y del PP, y sus respectivos votantes, actúan contra ellos mismos, por ignorantes, por inconscientes, por malvados, por masoquistas.

El nacionalismo vasco se suele enfadar cuando algunos le critican diciendo que su proyecto político es excluyente. Pero afirmaciones como la del diputado general de Gipuzkoa son difíciles de entender de otra forma. Supongamos a alguien que haya votado al Partido Socialista de Euskadi, que sea vascoparlante en su vida diaria, incluso en buena parte de su trabajo, que quiera, desde su perspectiva -a la que me imagino que tiene derecho- lo mejor para la sociedad vasca, que no tiene motivos para rechazar el acuerdo de gobierno firmado por el partido que ha votado y por el PP, y que lee esta opinión de Markel Olano. ¿Qué es lo que puede entender? Que no es vasco, que no pertenece al pueblo vasco, puesto que lo está atacando directamente. O que es un traidor a su pueblo. O que no es buen vasco y necesita, por usar el término empleado por el diputado general, una buena resocialización. Que necesita ser reseteado, en términos informáticos, para llegar a ver y sentir la sociedad vasca como la ve el señor Olano, desde una perspectiva ortodoxamente nacionalista.

Que el PSE haya pactado con el PP, y que no descarte continuar haciéndolo, es muestra de frentismo, afirma el diputado general. ¿Cómo hay que entender esta afirmación? Es frentista acordar que se va a respetar el Estatuto de Gernika. Es frentista afirmar que se va a respetar la Constitución española, que la Constitución española y el Estatuto de Gernika son resultado del pacto de la sociedad vasca, reflejo de su pluralismo estructural, de la complejidad de su identidad. Es frentista afirmar que es preciso respetar la Ley, el Estado de derecho. Es frentista recordar que en Euskadi existen víctimas asesinadas, y asesinadas en nombre de un proyecto político.

El diputado general de Gipuzkoa explica perfectamente la raíz del frentismo. Para no ser frentista en la sociedad vasca es preciso reconocer que en Euskadi existe un conflicto, el conflicto vasco, que hunde sus raíces en la negación del pueblo vasco como sujeto político capaz de decidir su propio futuro. Cuando la sociedad vasca, es la única conclusión que se puede extraer, decidió en referéndum aprobar el Estatuto de Gernika no era, al parecer, sujeto político, ni decidió su futuro. Es lo que ha mantenido desde entonces, con toda coherencia y consecuencia, ETA, por lo que considera al propio PNV no fiable en todo lo que dice sobre el pueblo vasco.

Lo que Markel Olano llama derecho a decidir y reconocimiento del pueblo vasco como sujeto político no hay que tomarlo en lo que parece que dice, sino de otra forma. Sólo hay sujeto político si ese sujeto apuesta por la autodeterminación que culmine en la separación respecto al Estado español. Y sólo puede hablarse de derecho a decidir si la decisión es la que quisiera el nacionalismo, o el nacionalismo del PNV, o el nacionalismo de algunos en el PNV. Es decir, sólo se es demócrata si se es nacionalista al estilo Olano. Y, además, en nombre del respeto al pluralismo -todos tienen que ser nacionalistas para ser demócratas-, y de la apuesta por el blindaje ético de las víctimas, que, añado yo, fueron asesinadas por suponer un obstáculo en la consecución del reconocimiento que reclama Olano para el pueblo vasco.

Desde el nacionalismo se vuelve a hablar de pacto de Estado, queriendo con ello criticar el acuerdo entre el PSE y el PP. Claro que es un acuerdo de Estado, no un simple acuerdo de gobierno. Y es un acuerdo de Estado porque durante demasiados años se ha estado jugando en Euskadi a estar y no estar, a ser Estado y no ser Estado, a ser gobierno y oposición a los marcos fundamentales en los que se asienta la legitimidad y la legalidad del gobierno. Es un acuerdo de Estado porque quiere sustentarse en el cuerpo constitucional formado por la Constitución y el Estatuto. Es un acuerdo de Estado porque no pone en duda que España como Estado constitucional es un Estado de derecho y democrático, con los problemas que afectan a todas las democracias, pero sin defectos estructurales ni de concepción.

Es un acuerdo de Estado que no quiere jugar a dos cartas: ser parte del Estado con todas las posibilidades y ventajas que ofrece y al mismo tiempo estar fuera. Criticar la Constitución española, afirmar que no basta con el Estatuto de Gernika, y pedir que soldados españoles se incorporen a los atuneros que faenan frente al cuerno de África, porque los atuneros, todos, también los vascos, son territorio nacional español y se puede aplicar la Ley de Defensa -del Estado español-.

En estas discusiones aparece siempre el término mágico: la transversalidad. El PSE ha arrinconado la transversalidad que tanto ha defendido en otros tiempos, se dice. Es preciso recuperar la idea de transversalidad, porque sólo un gobierno transversal puede representar el pluralismo y la complejidad de la sociedad vasca. Y lo dicen algunos que desconocían la existencia en el diccionario de la lengua española del término transversalidad, al menos hasta la desaparición del PNV del Gobierno vasco.

Es cierto que una sociedad plural y compleja como la vasca necesita un anclaje normativo e institucional transversal. Lo necesitan todas las sociedades modernas, porque ninguna de ellas es homogénea. Pero la transversalidad en la que se sustentan todas las sociedades modernas democráticas es la que queda definida en el pacto constituyente, en el acuerdo constitucional, en las normas básicas que regulan la institucionalización de esas mismas sociedades. Una vez alcanzado ese pacto transversal en las normas básicas, nadie reclama que los gobiernos deban ser transversales. Todo lo contrario: las llamadas grandes coaliciones son vistas como peligro para el buen funcionamiento democrático.

El lugar en el que en Euskadi también se define la transversalidad es en su norma básica, en el Estatuto de Gernika. Si no existe lealtad a esa transversalidad, ningún gobierno transversal puede sustituirlo. No sería más que mero parche. La transversalidad falla en la sociedad vasca no porque los gobiernos no sean transversales, sino porque algunos que acordaron el pacto estatutario han decidido, unilateralmente, que pueden prescindir de él y colocarse en otro territorio, no pactado, no transversal, no acordado, excluyente, estrictamente nacionalistas, sólo habitable por nacionalistas confesos.

No hay gobierno transversal que arregle esa huida del fundamento acordado transversalmente. Y no hay forma de responder al pluralismo y a la complejidad de la sociedad vasca, y a la memoria de las víctimas asesinadas por ETA en nombre de un proyecto político radicalmente nacionalista, que ser leal a esa transversalidad del pacto fundamental. Lo demás es querer engañarse a sí mismo.

No hay comentarios: