martes, 15 de septiembre de 2009

Nacionalistas: ¿dónde está la pelotita?


Jesús Royo en la Voz Libre.


Los trileros son esos maestros de la prestidigitación cuyo arte consiste en llevar tu vista y tu atención por donde les interesa. Dan unas cuantas vueltas a los botes y la bola, y al final te preguntan: "¿Dónde está la pelotita?" ¡Cómo que dónde está la pelotita! Pues está donde yo la he visto, evidentemente, en el bote -supongamos- número dos. Levantan el bote número dos y ahí no está, no hay nada.

¿Cómo puede ser, cómo puede ser? Pero ya es tarde, ya te han soplado tus buenos euros. La mayor parte de la gente abandonamos al primer picotazo: damos lo perdido a cambio de una lección de humildad y en honor de admiración al arte del trilero. Pero hay quien se ceba en el engaño, como el pajarillo hipnotizado por la serpiente, y no para hasta dejarse allí el último euro.

El nacionalismo no tiene nada que envidiar al 'trilerismo'. Los nacionalistas son maestros del trampantojo, saben proponer objetivos 'evidentes' que suelen concitar la aprobación de la gente -digamos- 'normal', no nacionalista. Hablo, por ejemplo, de Rubalcaba cuando dice que el que sea Cataluña una nación no es un enunciado, sino un hecho. Me viene a la memoria lo que dijo Xènius, cuando ya no era Xènius sino el escéptico y burlón Eugenio d'Ors: "Miren si Cataluña es una nación, que hace dos mil años que no lo es". Rubalcaba, pardillo, no te metas entre profesionales trileros, que te la colarán seguro. Luego te dirán dónde está la pelotita y descubrirás amargamente que te han soplado la cartera, que la cosa no iba de nación o no nación, sino de quedarse con lo tuyo. Lo mismo le pasó a Azaña, que logró hacer aprobar el Estatuto en la República y luego en Benicarló se lamentaba amargamente. Otro pardillo.

A lo que voy. Con lo del dictamen del Tribunal Constitucional nos la han vuelto a colar. En Cataluña el TC no aparece como la máxima garantía de nuestras libertades, las de la soberanía popular, las de la Constitución, sino como una amenaza, cuando no directamente como el enemigo de Cataluña. Se dice que una ley refrendada por el pueblo no la pueden modificar cuatro leguleyos. Se da por supuesto que la sentencia será contra Cataluña, una declaración de guerra en toda la regla, a la que habrá que responder 'con contundencia'. O, sibilinamente, se señala que una sentencia 'excesiva' podría dar alas al independentismo. -¿Y qué? ¡Como si el independentismo fuese delito!-.

Yo alucino. Este lenguaje es puro fascismo de camisas pardas. Y a ese festival se suman la mayoría de partidos y los tres presidentes vivos de la Generalitat. ¿Qué está pasando aquí? ¿Nos hemos vuelto todos locos? ¿No hay nadie que nos recuerde que el TC debe ser aceptado por todos, que es la máxima expresión de la democracia, que atacarlo es cargarse todo el edificio constitucional? ¿Se puede amenazar a un tribunal impunemente? Todos esperamos que las bravatas no afectarán a los magistrados y que el TC cumplirá con su cometido limpiamente, abstrayéndose a las presiones. Pero, ¿y si no se abstrae lo suficiente? ¿Y si suaviza, relativiza o modera los términos de la sentencia para no irritar a los políticos bravucones? Mejor no imaginárselo.

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