
El mensaje final, las imágenes de la mitología regionalista, sería el de una Cataluña homogénea que defiende las libertades de la tierra contra el autoritarismo de un rey de nacimiento y estirpe castellanos. Una Cataluña desangrada en nombre de la Justicia, hermoseada de mártires y bellos crepúsculos. La historia se repetiría en 1640, cuando los abusos cometidos por los soldados de Felipe IV encendieron la furia de los segadores y el motín campesino contra el hambre, el alojamiento forzoso de las tropas reales y la opresión señorial se confundió con la rebelión política de la oligarquía barcelonesa, en pugna con el virrey y los proyectos del valido Olivares. El mito habla de la unidad catalana contra el centralismo de un rey y un valido opresores, pero lo cierto es que durante los años de la separación y la alianza con la Francia de Luis XIII no hubo una Cataluña, sino muchas Cataluñas, divididas socialmente y en guerra unas con otras.
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